Manifiesto frente al pozo María Elena en memoria de los 28 trabajadores muertos en el accidente de la mina impensada en febrero de 1893
El cronista Mariano Guillén realizó una visita guiada al lugar de la tragedia, dónde se arrojó un ramo de 28 rosas en recuerdo de los mineros
20.02.2024 | En la mañana del viernes pasado, 16 de febrero, a las 11:30 horas se conmemoró el 131 aniversario del accidente de la mina Impensada con una visita al lugar de los hechos a cargo del cronista Mariano Guillén, quien detalló a los participantes de la ruta los sucesos de aquel trágico día.
La visita se cerró frente al pozo María Elena, lugar de la tragedia, con la lectura de un manifiesto a la memoria de los fallecidos que fue leído por la doctora en Historia Contemporánea e hija del cronista, Carmen Guillén. Acto seguido, se arrojó al pozo un ramo de 28 rosas rojas a la memoria de esos 28 trabajadores que allí perdieron la vida.
Emotivo acto de recuerdo en el que participó el concejal de Cultura, Jorge Durán, área desde la que se ha impulsado la celebración de la I Semana de la Memoria Minera, una programación con la que se ha buscado recuperar la memoria más social de la época industrial de las minas con diversas actividades como esta visita.
Manifiesto por los 28 trabajadores muertos en el accidente de la mina Impensada en la mañana del 16 de febrero de 1893
Hoy, sobre las once, tuvimos noticia de un terrible accidente que había sucedido en el pozo María Elena de la mina Impensada. Varios mineros del relevo nocturno llegaron desencajados esta mañana al pueblo contando diferentes versiones sobre lo que habían escuchado. Los más optimistas hablaban de diez o doce muertos, pero otros decían que pasaban de treinta, todos asfixiados por anhídrido carbónico. En apenas minutos, he visto con mis propios ojos cómo un reguero de mujeres corría horrorizadas por la empinada calle de Los Lardines en dirección a San José, la Aguja y el Triunfo. Las veredas y caminos que conducen a las diferentes minas del cabezo de San Cristóbal se han poblado de hijos, esposas y madres que preguntan angustiados por sus seres queridos.
No puedo contener las lágrimas.
Inconscientemente los he seguido, y al llegar a las inmediaciones de la Impensada he presenciado escenas desgarradoras entre un gentío inmenso que aguardaba noticias. El pozo María Elena está acordonado por la Guardia Civil, que impide a los familiares acercarse a la escalera que da acceso a su castillete de madera. El tenso silencio sólo se rompe cuando sube el ascensor y transporta cuerpos sin vida o mineros sanos y salvos.
En esos momentos se mezclan gritos de dolor con lágrimas de alegría, la desesperación de unos y los abrazos de otros. Así han ido transcurriendo las horas de la tarde y una interminable noche.
Los primeros rayos de sol nos han devuelto a la realidad más espantosa. Algunos todavía pensábamos que despertaríamos de un mal sueño. Pero no es así, aún sigo viendo muchas mujeres frente al pozo, ateridas de frío y con escasas esperanzas de volver a ver vivos a los que faltan por salir.
Los tres últimos cadáveres se han recuperado en el ocaso de la tarde
Ya nadie espera nada.
El recuento oficial de fallecidos asciende a 28, el mismo número de trabajadores que se hallaban a 390 metros de profundidad en el momento de la invasión del gas.
En nombre de todos ellos y de tantas familias rotas, pido que se guarde un minuto de silencio en este lugar de dolor y que perdure para siempre su recuerdo.
16 de febrero de 1893, el día de la tragedia
Fue el más trágico de muchos siniestros ocurridos en los cerros mineros durante el desarrollo de la actividad desarrollada principalmente desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.
El accidente del pozo María Elena ocupó páginas de periódicos de tirada nacional e incluso internacional, ya que entre los fallecidos se hallaban ingenieros y responsables mineros de nacionalidad europea, contratados por la compañía que explotaba las minas de Mazarrón.
Las numerosas pérdidas de aquella fecha consternaron a un pueblo que vivía con la amenaza constante de registrar un nuevo accidente. Los siniestros siguieron produciéndose castigando a aquellas familias que tenían como sustento el trabajo en la mina producido, según recogen los cronistas, en situaciones de precariedad laboral. A las muertes en accidentes se les sumó más tarde los fallecimientos por enfermedades derivadas como la silicosis, dolencia pulmonar que afectó a muchos mineros.